La historia de parto
Hace una semana que di a luz a mi segundo hijo, Alejandro, y aún sigo esbozando una enorme sonrisa cada vez que recuerdo algún detalle del maravilloso parto que tuvimos, sí, él y yo... ¡Qué extraordinario es el cuerpo de la mujer!
El domingo 16 de junio de 2024 a las 14.30h, tras terminar de preparar una deliciosa y energética pasta casera para mi familia, empezaron las primeras olas uterinas (contracciones) irregulares, pero de una intensidad y sensación diferentes a las habituales. Almorcé con una sonrisa enorme en los labios, sabía
que en unas pocas horas conocería a mi pequeño.
Recogí la cocina y me dispuse a comenzar los últimos preparativos, sin prisa pero sin pausa. Sorprendentemente, mi marido estaba más nervioso que yo (lo que no suele ocurrir muy a menudo), pues teníamos que avisar a mi madre, que se encontraba a más de dos horas de carretera de nuestra casa para que se quedara con mi hija, de dos años y medio. Él sabía que me había preparado tanto y que el bebé estaba tan bien colocado, que todo fluiría tan deprisa que temía que diera a luz en el coche (al ser el segundo parto).
Me refugié en mi “planeta parto” en la segunda planta de nuestro ático dúplex mientras mi marido jugaba con mi hija en la planta de abajo. Bajé todas las persianas, coloqué una toalla oscura en la ventana del baño para que entrara menos luz y puse la lista de música para la ocasión, canciones instrumentales del maravilloso pianista y compositor italiano Ludovico Einaudi. Tras terminar de prepararlo todo, ya solo me concentré en escuchar a mi cuerpo, cada vez que venía una ola uterina comenzaba las respiraciones de la fase ascendente (dilatación) tratando de acompañarlas de visualizaciones (hecho que nunca se me dio muy bien, he de reconocer), a la par que realizaba ejercicios de movilidad que me iba pidiendo el cuerpo y para los que había estado preparándome todo el embarazo en un centro de entren a miento especializado. Iba alternando movilidad en el suelo, en la pelota de aerodinamia y de pie. ¡Qué bien se transitaban así las olas!
Mi marido subía cada hora a ver cómo iba y por si necesitaba algo, tratando de convencerme de salir lo antes posible para el hospital. Eran las seis y pico de la tarde, estaba muy a gusto en mi planeta parto y sabía que aún era pronto para irnos, que convenía seguir esperando más en casa. Como mi madre tardaría más de lo previsto en llegar, tuvimos que recurrir a la niñe ra para que se quedara con mi pequeña mientras tanto.
Finalmente, me di una relajante ducha caliente con un jabón de lavanda incidiendo con el chorro de agua en la zona del sacro, aunque aún no tuviera molestias en esa parte; escuché el audio de Hipnoparto que durante tantas noches había ido haciendo mella en mi subconsciente; y bajé a la primera planta para despedirme de mi niña echándonos algunas fotos de recuerdo. Ya en el coche me puse un antifaz, no quería que la cegadora luz de aquella tarde de junio echara por tierra mi trabajo en casa (pronto descubriría que hubiera sido lo de menos), me coloqué mis auriculares con mi pista de música e iba oliendo intermitentemente una gasa impregnada con la colonia de mi hija.
Llegamos al hospital privado a las 20.00h. Cometí el error de quitarme el antifaz por vergüenza cuando nos disponíamos a entrar y, aunque mi marido comunicó y entregó la documentación necesaria, la luz que había allí y alguna que otra vuelta que dimos, empezó a mermar todo el trabajo que llevaba realizado.
La ginecóloga de guardia me hizo un tacto vaginal (contaba con ello) comentándome que estaba dilatada de 2 centímetros (qué chasco, creía que estaría ya dilatada de algo más , aunque sabía que había ido demasiado pronto al hospital), y que como tenía el cuello del útero bastante borrado, me iban a poner los monitores. En ese momento, lejos de avanzar en el trabajo de parto, empezó a deshacerse todo el camino andado (¡cuán importante es cuidar el entorno!).
Al principio, estábamos solos en la sala de monitorización, pero enseguida llegó otra pareja, que situaron justo en la máquina de al lado. La luz hospitalaria y el ruido del mostrador de información que había contiguo a la sala, a duras penas podía disimularlos cerrando los ojos y concentrándome en la música (seguía con los auriculares puestos)... El siguiente error que cometí fue haberme ido con un vestido, pues al subírmelo me sentía incómoda, aunque llevase una sábana cubriéndome. Cada vez que venía una ola lo pasaba mal porque no podía moverme, ¡qué necesario es parir en movimiento! Además, había bebido mucha agua en casa para estar hidratada y la vejiga empezaba a darme pinchazos con cada ola. Les rogué que me quitaran las correas para ir al baño, a lo que accedieron, aunque advirtiéndome que me las tenían que volver a poner para seguir valorando si estaba o no de parto activo. Al hacer pis y poder gestionar algunas olas moviéndome a la par que centrándome en la respiración en la intimidad del cuarto de baño, se me quitaron los pinchazos. Enseguida me conectaron de nuevo las correas y les supliqué quedarme de pie para poder moverme, pero se perdía el latido del bebé, así que no me quedó otra que sentarme de nuevo. Me puse el audio de Hipnoparto otra vez mientras devoraba un plátano y una barrita energética, eran más de las 21 horas y tenía mucha hambre. A esas alturas, y a había una tercera pareja en la sala de monitorización ...
Cerca de las 22 horas se me acercó una matrona, Raquel, granadina como yo, y que conocí y con la que charlé durante mi estancia hospitalaria ante la amenaza de parto prematuro unas semanas antes. Me encantó ver una cara conocida pero, cuando comprobó mi registro de olas, me miró y me dijo, "Cintia, lo siento pero no estás de parto". He de reconocer que sus palabras, claramente desmotivadoras, no hicieron mucha mella en mí porque estaba tan conectada con mi cuerpo y mi bebé que sentía que se equivocaba... Acto seguido pasamos a hablar de nuevo con la ginecóloga de guardia (que ya era otra) y me dijo que, viviendo a diez minutos del hospital, podía irme a casa y venir pasadas unas horas o quedarme en una habitación. Mi marido y yo nos miramos y pensamos que era mejor quedarnos en una habitación, en la intimidad que teníamos pensado crear, pues sabíamos que así fluiría el parto, y no volviendo a casa con mis padres y mi pequeña.
A las diez y poco ya estábamos en una confortable habitación que se diferenciaba de la de un hotel en el tipo de cama. Apagamos todas las luces, pusimos una guirnalda de bolas blancas de luz cálida y tenue y me trajeron una pelota de aerodinamia. Le dije a mi marido que tenía mucha hambre, así que pedimos un par de pizzas que nos trajeron hasta la puerta del hospital. Cada trozo que me comía me sabía a gloria, y los iba alternando con olas que de nuevo empezaban a sucederse con mayor regularidad y frecuencia, mientras mi marido las cronometraba. Sin mayor inconveniente, me ponía de pie y respiraba mientras hacía los ejercicios de movilidad que me iba pidiendo el cuerpo.
Antes de las 23 horas fui al baño a hacer de vientre. Al limpiarme empezó a caer líquido transparente por mis piernas, ¡ya se había roto la bolsa! Sabía que en poco rato conocería a mi bebé. Seguidamente, estuve unos minutos más con movilidad en la pelota, pero pronto me pidió el cuerpo transitar las olas de pie. Los minutos siguientes, mi marido y yo estuvimos abrazándonos y besándonos, también me dio un masaje en la zona del sacro con un aromático aceite de lavanda, lo que alivió bastante las molestias que ya sí sentía en esa parte del cuerpo.
A las 23:50 horas, las olas se volvieron mucho más intensas, y pasó de apetecerme sobrellevar las de pie agarrada al torso de mi marido, a necesitar imperiosamente subirme a la cama en cuadrupedia. Cada vez que venía una ola me agarraba con mucha fuerza a la almohada y parte superior de la cama, que estaba elevada a unos 45°. Mi marido me recordaba que relajase la mandíbula, que siguiese concentrada en la respiración. Con cada ola sentía cómo mi cuerpo se contorsionaba con fuerza y comenzaba a empujar solo. Le dije a mi marido que llamase a alguien ya, necesitaba verificar que estaba totalmente dilatada. Pulsó el botón de llamada y ante una amable y tranquila voz que pronunció un suave "¿Sí?", le respondí gritando "¿Podéis venir, por favor?".
Enseguida aparecieron cuatro matronas en la puerta y ante sus miradas atónitas viendo el ambiente de la habitación y mi postura semidesnuda en la cama (solo tenía el sujetador puesto), les rogué que alguna comprobara la dilatación. Raquel se acercó rápidamente, me pidió permiso y corroboró que me quedaba muy poco para conocer a mi pequeño (sí, la misma matrona que un par de horas antes me había dicho que no estaba de parto activo). Le supliqué bajarme de la cama para hacer caca y pipí. Mirándome a los ojos y poniéndome una mano en el hombro me dijo "Cintia, no es caca y pipí lo que tienes, es el bebé". Le pregunté por mi ginecólogo, y me dijo que estaba al llegar y que si quería ir a paritorio, aclarándome que allí la postura tenía que ser en litotomía, a lo que me negué automáticamente. Raquel me preguntó si había llegado a comentar mi plan de parto con mi ginecólogo, Pepe, a lo que respondí que no, que simplemente se lo entregué a las matronas que había de guardia cuando lo llevé. Me pidió monitorizarme de manera intermitente, a lo que accedí pensando en que con lo que me estaba moviendo, le iba a ser complicado. Enseguida me confirmó que el bebé estaba coronando, y así era, sentía perfectamente lo que se conoce como el aro de fuego (una sensación intensa de quemazón en la zona de la vagina). Cuando Pepe abrió la puerta de la habitación, también pronunció unas simpáticas palabras de sorpresa ante tal estampa. Estando ya los cuatro, Raquel, Pepe, mi marido y yo, Pepe me sugirió que cambiara de postura, pues consideraba que me sería más fácil el expulsivo por la postura del bebé recostándome del lado izquierdo, apoyando el pie derecho en su muslo (se sentó en la cama), abriendo las piernas y sujetándome y elevando la rodilla derecha mientras mi cuerpo empujaba.
Efectivamente, mi cuerpo trabajaba por sí solo el expulsivo mientras Raquel me ponía compresas de agua caliente en la zona del perineo. Yo emitía fuertes sonidos guturales y arañaba al pobre de mi marido amagando incluso con morderle mientras pronunciaba las palabras "No puedo". Él me animaba entusiasmado y feliz confirmándome que ya lo había hecho, que tocase la cabeza del bebé. Ello fue suficiente para sacar fuerzas y que en un par de pujos más ayudara a coger a mi bebé y a ponérmelo en el pecho, piel con piel.
Alejandro nació el lunes 17 de junio de 2024 a las 00: 17 horas en un parto respetado, acompañado e íntimo. No podría haber soñado un parto mejor.
Cintia C. R. V